Ministros Del Nuevo Pacto

 "Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios.  No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos capacitó como ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu vivifica" (2 Corintios 3:4-6).  
[
Reina Valera - Revisada 1977] (Pasaje completo del 1-18 lo hallará abajo).


 Quiero dirigir mis palabras, hoy, a los que se sienten desanimados en el ministerio del evangelio.  Todos los que llevamos las buenas nuevas del evangelio a los demás, tarde o temprano experimentamos momentos de desánimo.  Las causas son varias:

 En primer lugar, hay muchos, hoy en día, que desprecian el ministerio del evangelio.  Si uno va puerta por puerta, por ejemplo, distribuyendo literatura cristiana y hablando con otros acerca de Cristo, experimentará el desprecio en forma de puertas cerradas, miradas impacientes y despectivas, palabras brutas y poco amables.  A veces, aun las ovejas del Señor no muestran el aprecio que deberían mostrar hacia los que predican el evangelio.

 Pablo conocía esta experiencia, esta falta de aprecio de parte de aquellos que habían recibido el evangelio de su boca. Cuando escribió su segunda epístola a los Corintios, algunos de los que habían recibido tantas bendiciones espirituales por medio de él dudaban de su llamamiento como apóstol.

 La Situación en Corinto - ¿Por qué dudaban los corintios del apostolado de Pablo, a pesar del hecho de que habían recibido tantas bendiciones espirituales por medio de él?

 Algunos individuos, a quienes Pablo identifica en el capitulo 11:13 como "falsos apostoles" y "obreros fraudulentos", habían entrado en la iglesia de Corinto.  Ellos estaban hablando en contra de Pablo y del ministerio que él tenía.  Estaban acusándole de ser un hombre incompetente, un hombre que carecía del poder de Dios en su ministerio.  

 Además, ellos decían que Pablo no tenía las credenciales para ser un apóstol porque no llevaba cartas de recomendación, tal como hacían ellos.  Como Pablo no llevaba tales cartas, su ministerio no tenía valor.  No tenía a nadia que le recomendara; sólo se recomendaba a sí mismo.  Estos "obreros fraudulentos" estaban poniendo en duda el llamamiento de Pablo como apóstol de Cristo y, desgraciadamente, algunos de los corintios les estaban prestando atención (2 Corintios 11:4, 20).  Es triste cuando los que han recibido a Cristo por medio de un siervo de Dios posteriormente ponen en duda la validez de su ministerio.

 Pablo se sentía triste ante la actitud de los corintios, pero no estaba desanimado en cuanto a su ministerio.  De ningún modo estaba a punto de "tirar la toalla" (4:8-9).  En cuanto al ministerio que había recibido del Señor, estaba lleno de confianza y de gozo.  ¿Cómo podía sentirse gozoso a pesar de las críticas y la desaprobación de los demás?

 Pablo se sentía gozoso porque entendía unas verdades preciosas sobre el ministro del evangelio:

I.  En primer lugar, comprendía que los verdaderos ministros del evangelio no tienen que recomendarse a sí mismos a los hombres ya que Dios mismo les recomienda por la obra del Espiritu que acompaña su ministerio (vs. 1-3).

 Pablo no llevaba consigo cartas de recomendación, como hacían sus oponentes.  Ellos se gloriaban en sus credenciales externas, los papeles que llevaban consigo, pensando que estos justificaban su ministerio.

 Hoy en día hay personas que piensan así.  Piensan que por el mero hecho de tener credenciales externas -unos papeles, un título, un diploma- su ministerio tiene validez.  Pero, el mero hecho de tener credenciales externas no es garantía alguna de que uno haya sido llamado por Dios al ministerio del evangelio.

 J. C. Ryle dijo, "Que un ministro sea erudito y ocupe entre sus colegas un puesto encumbrado no es prueba de que haya sido enseñado del Espíritu.  Los sucesores de Nicodemo han sido en todos los siglos más numerosos que los sucesores de San Pablo. Quizá no hay punto religioso que ignore tanto como la obra del Espíritu."

 No sólo tenemos que ser instruídos nosotros mismos por el Espíritu para ser verdaderos ministros del evangelio sino que la obra del Espíritu en nuestros oyentes también confirma nuestro llamamiento.  Es la auténtica "credencial" que demuestra que somos llamados por Dios como ministros del evangelio.

 Pablo le dice a los corintios que no le faltaban cartas de recomendacion; no obstante, sus cartas no habían sido escritas por los hombres sino por Cristo mismo.  Las cartas no eran papeles sino personas (vea vs. 2 y 3).

 Por medio de sus labores, había en Corinto una congregación de creyentes cuyas vidas habían sido radicalmente transformadas por el evangelio que Pablo predicaba.  Dios había producido en ellos una transformación moral y ética; dicha 
transformación de vidas confirmaba la validez del ministerio de Pablo (1 Corintios 6:9-11).

 Así que Pablo sabía que no tenía que recomendarse a los hombres.  El Señor mismo le recomendaría a las conciencias de sus oyentes mediante la evidencia de la obra interior del Espíritu Santo en sus vidas y corazones.

 Ellos mismos eran las cartas de recomendación que Pablo señalaba.  El había expedido estas cartas, pero, no las había escrito.  Cristo mismo las había escrito con el Espíritu de Dios, y nadie podía negarlo.

II.  Había otra razon por la que Pablo se sentía animado en su ministerio: él sabía que no tenía que sentirse competente o poderoso en sí mismo para ministrar el evangelio a los demás. Al contrario, se daba cuenta de que el hombre mejor capacitado para ministrar el evangelio a los demás es aquel hombre que reconoce su propia debilidad (vs. 4-6).

 Los "falsos apóstoles" se gloriaban en sí mismos: en sus propios dones, su propia espiritualidad, sus calificaciones externas; en cambio, Pablo se sentía muy débil para hacer la obra que estaba haciendo ( vea 2 Corintios 2:15-16).

 Sin embargo, Pablo se daba cuenta de que este sentido de insuficiencia, lejos de ser un estorbo para la obra del Señor, es un requisito.  ¿Por qué?  Porque este reconocimiento de nuestra insuficiencia es lo que nos lleva a Cristo a fin de que dependamos enteramente de su suficiencia.  Si no nos sentimos competentes en nosotros mismos, vamos a depender cien por ciento de la competencia de Cristo.  La falta de confianza en nuestras propias fuerzas nos llevará a Cristo para ser fortalecido en El.

III. La tercera razón por la que Pablo se sentía animado en su ministerio era ésta: comprendía claramente la naturaleza gloriosa del nuevo pacto, el pacto del que Dios le había hecho ministro (vs. 6-11).

 Los falsos maestros eran, más bien, ministros del antiguo pacto.  Eran judaizantes; es decir, veían a Jesus dentro del contexto del pacto mosaico como un ministro de dicho pacto. El Jesús que ellos predicaban era un Jesús inferior a Moisés, un Jesús que vivía a la sombra de Moisés y simplemente ponía su sello de aprobación a todos los ritos y ceremonias de la Ley, mandando a su pueblo a guardarlos hasta el fin del mundo.  Es decir, no veían a Cristo como Mediador de un Nuevo Pacto que había dado por viejo el Antiguo.  Ellos querían retrasar el reloj, por decirlo asi, y colocar al pueblo de Dios bajo el régimen de un pacto ya caducado.

 En cambio, Pablo veía con claridad el contraste entre el pacto nacional establecido con los hijos carnales de Abraham en el monte Sinaí y el mejor pacto, establecido sobre mejores promesas, del que Dios le había hecho ministro.  Meditando en la naturaleza gloriosa de este pacto eterno, sin fin, se animaba mucho y no desmayaba.

 En los versiculos 6 al 11 Pablo menciona algunos de los contrastes entre los dos pactos:

 1.  El primer pacto fue un ministerio de la letra, establecido con una nación carnal; por causa de su desobediencia llegó a ser un "ministerio de muerte."

 En cambio, el nuevo pacto es un ministerio del Espíritu, establecido con una nación espiritual.  El éxito de este pacto depende, en último término, de Dios y no de los hombres.  Es un ministerio del Espíritu y de vida.

 2.  El primer pacto fue un ministerio de condenación; el segundo, de justificación.

 3.  El primer pacto tenía una gloria temporera; pero el nuevo tiene una gloria permanente y eterna.

 Pablo sabía que el éxito del nuevo pacto no dependía de él mismo como siervo de Dios; de hecho, no dependía de los hombres en lo absoluto.  Dependía solamente de Dios quien promete, en este pacto, quitarles a su pueblo escogido sus corazones de piedra para ponerles corazones de carne, es decir, corazones blandos y receptivos a la palabra de Dios.

 Para llevar a cabo sus planes con respecto al pacto, Dios no depende de nosotros sino que nosotros dependemos de El.  Por tanto, no debemos temer que las promesas del pacto no se cumplan o que este pacto vaya a ser abolido tal como fue abolido el primero.  Este pacto no es como el pacto que Dios hizo con los hijos carnales de Abraham cuando los sacó de Egipto.  De aquel pacto, Dios dice, "Ellos invalidaron mi pacto," y "no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos."

 Pero, el Nuevo Pacto no puede ser invalidado como lo fue el primero porque es eterno, y garantiza la regeneración y la final glorificación de todos aquellos que son herederos del pacto.  Por eso, Pablo podía regocijarse a pesar de las pruebas temporales por las que estaba pasando.

 Sabía que el Senor perfeccionaría la buena obra que había comenzado en sus santos en Corinto mediante la gracia del pacto.  Sabía que su sentido de debilidad como hombre no le descalificaba como ministro del evangelio; mas bien, le capacitaba para el ministerio, puesto que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad.

 Y sabía que no le tocaba encomendarse a los hombres ya que Dios mismo le encomendaría a las conciencias de los corintios por medio del poder del Espíritu que obraba en ellos como fruto del ministerio de Pablo entre ellos.

 ¡Que el Senor te anime, siervo fiel del Señor, sean cuales sean las pruebas que tengas en el ministerio del evangelio!  A pesar de las pruebas, tienes un ministerio glorioso, cuyos frutos son eternos.

Escribió: Martín Rizley,
España

"1 ¿Acaso comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O acaso tenemos que presentarles o pedirles a ustedes cartas de recomendación, como hacen algunos?
2 Ustedes mismos son nuestra carta, escrita en nuestro corazón, conocida y leída por todos.  3 Es evidente que ustedes son una carta de Cristo, expedida* por nosotros, escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios viviente; no en tablas de piedra sino en tablas de carne, en los corazones.  4 Ésta es la confianza que delante de Dios tenemos por medio de Cristo.
5 No es que nos consideremos competentes en nosotros mismos. Nuestra capacidad viene de Dios.  6 Él nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto, no el de la letra sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida. 7 El ministerio que causaba muerte, el que estaba grabado con letras en piedra, fue tan glorioso que los israelitas no podían mirar la cara de Moisés debido a la gloria que se reflejaba en su rostro, la cual ya se estaba extinguiendo.  8 Pues bien, si aquel ministerio fue así, ¿no será todavía más glorioso el ministerio del Espíritu?  9 Si es glorioso el ministerio que trae condenación, ¡cuánto más glorioso será el ministerio que trae la justicia!
10 En efecto, lo que fue glorioso ya no lo es, si se le compara con esta excelsa gloria.  11 Y si vino con gloria lo que ya se estaba extinguiendo, ¡cuánto mayor será la gloria de lo que permanece! 12 Así que, como tenemos tal esperanza, actuamos con plena confianza.  13 No hacemos como Moisés, quien se ponía un velo sobre el rostro para que los israelitas no vieran el fin del resplandor que se iba extinguiendo.  14 Sin embargo, la mente de ellos se embotó, de modo que hasta el día de hoy tienen puesto el mismo velo al leer el antiguo pacto.  El velo no les ha sido quitado, porque sólo se quita en Cristo.  15 Hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, un velo les cubre el corazón.  16 Pero cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado.  17 Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.  18 Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos* como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu. "
(2 Corinitios 3:1-18).  [
Nueva Versión Internacional]

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