Aptos en Toda Buena Obra

"Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (Hebreos 13:20-21).


 En estos versículos, tenemos una de las bendiciones más hermosas y majestuosas en toda la Biblia.  Resume en pocas palabras lo que debería ser el propósito de nuestras vidas después de convertirnos a Cristo.

 En toda la epístola a los Hebreos, el autor exhorta a sus lectores varias veces sobre la conducta: cómo deberían comportarse en la sociedad, en la iglesia y ante Dios.  Antes de terminar su carta, resume en pocas palabras todo lo que les ha dicho.  Su deseo para ellos es que Dios "les haga aptos" en toda obra buena para que puedan cumplir la voluntad divina.

 A veces, los que no comprenden el evangelio acusan a los creyentes evangélicos de no creer en las buenas obras.  Es una acusación injusta, porque en realidad, ponemos mucho énfasis en las buenas obras como fruto de una relación viva y real con Dios, pero, negamos que éstas sean la base de nuestra relación con Dios.  

 La pura gracia de Dios, su favor inmerecido, es la única base de nuestra relación con él; pero, una vez que hemos sido salvos por gracia, debemos ocuparnos en las buenas obras como medio de rendirle agradecimiento a Dios y glorificarle delante de los hombres.  Dios quiere que nuestras vidas abunden en buenas obras, igual que un sarmiento abunda con uvas en el tiempo de la vendimia.  Debemos procurar que nuestras vidas sean abundantemente fructíferas para que el Señor no halle escasez de frutos cuando venga a su viña.

 Sin embargo, para vivir vidas así tenemos que entender una cosa:  Al igual que la justificación es por la pura gracia de Dios, también nuestras vidas producen buenos frutos solamente por la gracia de Dios.  Por tanto, el énfasis de estos dos versículos está en la obra que Dios hace en nosotros, la cual hace posible que llevemos mucho fruto.

 Un crisitiano puede tener buenas intenciones en su corazón, pero como dice el refrán, "entre el dicho y el hecho, hay gran trecho."  Por eso, el autor de esta epístola entiende que el cristiano puede hacer la voluntad de Dios solamente porque Dios mismo hace en nosotros "lo que es agradable delante de él."  El nos hace "aptos en toda obra buena".

 ¿Cómo nos hace aptos Dios?  La expresión traducida "hacer apto" literalmente significa "poner en condiciones" o "poner en órden".  Es una palabra que era de uso común en muchas profesiones en el mundo antiguo.

 Los médicos usaban esta palabra cuando encajaban un hueso roto.  Ponían las piezas rotas en orden para que se sanaran.

 Los pescadores usaban esta palabra cuando remendaban sus redes.  Las arreglaban y las ponían en condiciones para pescar.

 Los marineros usaban esta palabra cuando equipaban una nave con todo el abastecimiento necesario para un viaje en alta mar. Ponían la nave en condiciones, la preparaban, para el viaje.

 Los soldados usaban esta palabra cuando eran equipados con armamento para una batalla.  Se ponían en condiciones para ir al campo de batalla.

 Esto es lo que Dios hace en nuestras vidas para que podamos hacer su voluntad y andar en los caminos de justicia.  Nos equipa con "toda buena cosa".

 Como un médico, Dios encaja los "huesos rotos" de nuestras vidas y almas, trayendo corrección, disciplinándonos cuando sea necesario para que "lo cojo no se salga del camino sino que sea sanado (Hebreos 12:13).  Nos pone en condiciones para la vida a la que El mismo nos llama.  Como un pescador, nos remienda cuando tropezamos en el pecado o nos hacemos daño espiritualmente, a fin de que seamos como una red bien remendada para pescar a los hombres.  Como el capitán de una nave, nos equipa con todos los recursos que necesitamos para el viaje de la vida.  Y cómo el comandante de un ejército, nos equipa con todas las armas para hacer la guerra contra el diablo, el mundo, y la carne.

 Es Dios quien nos pone en condiciones, supliendo así "toda buena cosa", todo lo que nos haga falta para hacer su voluntad. Dios puede hacernos aptos en toda buena obra precisamente por el carácter que tiene, por ser él tal cual se nos da a conocer en la Biblia.  El autor de esta epístola recuerda a sus lectores acerca del carácter de Dios para, así, fortalecer su confianza en Él.  Les recuerda que Dios es:

 1.  Dios de Paz - En primer lugar, el Dios que obra en nosotros es "el Dios de paz".  Por medio de la obra de su Hijo, Dios ha establecido paz entre sí mismo y nosotros.  Antes, estábamos en guerra contra él, y él se oponía a nosotros como pecadores.  Pero la sangre de su Hijo ha conseguido la paz y nos ha reconciliado con el Padre.  Como fruto de esta reconciliación con Dios, empezamos a experimentar la reconciliación en todas nuestras relaciones personales, hasta incluso con nuestros enemigos, a menos que ellos no quieran ser reconciliados con nosotros (Romanos 12:18).  

 Además, experimentamos paz en nuestro interior, sabiendo que nada nos puede separar del amor de Dios en Cristo Jesus, ya que estamos reconciliados con el Padre.  Sabemos que Dios va a completar su obra en nosotros sobre la base de la paz que tenemos ahora con él. "Si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida" (Romanos 5:9).

 2.  Dios de Poder - Además, Dios es el Dios de poder, porque "resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo," y este mismo poder que resucitó a Cristo está obrando en nuestras vidas para hacernos aptos en toda buena obra.  Así que, Dios no sólo está dispuesto a obrar en nosotros conforme a su buena voluntad; también es capáz de hacerlo.  Su poder es mayor que cualquier obstáculo que pueda haber en nuestras vidas y que 
estorbe nuestro caminar con él.

 3.  Dios de Compasión - Además, vemos que el Dios que obra en nosotros es un Dios de compasión, porque nos manda a su Hijo para que él sea nuestro Pastor.  Cuando el Padre vio que estábamos perdidos como ovejas descarriadas, cada uno de nosotros andando por su propio camino y expuesto a mil peligros, mandó a su Hijo para recogernos y llevarnos a su redil.

 Jesús es descrito aquí como el "Gran Pastor", y la palabra "gran" es la palabra griega "megan".  Podemos decir, pues, que Jesus es el "Mega-Pastor", el Pastor Supremo, porque nos cuida perfectamente.  Ningún detalle de nuestras vidas se le escapa; ninguna necesidad que tenemos le es desapercibida.

 En comparación con él, los pastores humanos son "mini-
pastores"; tienen un papel pastoral que cumplir, mas, ningún ser humano es capáz de poder ver todas las necesidades de las ovejas... mucho menos sus corazones.  Así que, sólo Cristo es el "Mega-Pastor".

 4.  Dios del Pacto - También vemos que el Dios que obra en nosotros es el Dios del Pacto.  Cuando Jesus resucitó, su resurrección proclamó la eficacia de la sangre que él había derramado a favor de pecadores.  Su sangre derramada en el Calvario era la sangre de un nuevo pacto, el cual se llama aquí "el pacto eterno".

 ¿Por qué se llama el nuevo pacto el pacto eterno?  En primer lugar, porque dura para toda la eternidad.  Ningún otro pacto tomará su lugar.  Es un pacto absolutamente perfecto, y no tiene que ser reemplazado por otro.  El primer pacto, hecho con el pueblo de Israel en el monte de Sinaí, no era perfecto y, por eso, tenía que dar paso a otro; este es el tema principal de toda la epístola a los Hebreos (Hechos 8:7).  Pero, el pacto hecho en la sangre de Cristo es perfecto, por lo cual, es eterno, porque durará para toda la eternidad.

 Además, este pacto es eterno, porque los beneficios de este pacto -perdón gratuito, justificación, etc.- pertenecen a todos los creyentes en todos los siglos, tanto antes como después de la venida de Cristo.  Vemos en Hebreos 9:15, por ejemplo, que los santos que nacieron bajo el pacto Mosaico recibieron la remisión de sus transgresiones por causa de la sangre de Cristo, aunque su sangre fue derramada posteriormente.  El evangelio fue predicado a ellos en forma imperfecta y simbólica a través de sacrificios de animales; sin embargo, no fue la sangre de toros y machos cabríos sino la sangre de Cristo la que efectuó su perdón.  Recibieron los beneficios de esa sangre por medio de la fe que tenían en las profecías tocantes a Cristo.

 Así que, el nuevo pacto es el "pacto eterno" porque su institución fue predestinada desde la eternidad, sus beneficios se extienden a todos los santos a través de la historia y este pacto nunca será reemplazado por otro pacto, como fue el antiguo pacto; durará por toda la eternidad.

 ¿Qué importancia tiene el hecho de que Dios es el Dios del pacto?  El pacto nos habla de la fidelidad de Dios.  El nos ha dicho con juramento que va a cumplir en nosotros la buena obra que El mismo ha comenzado; ha sellado sus promesas a nosotros con la sangre de su Hijo (Hebreos 10:16-18).

 En resumen, este es el Dios en quien confiamos, el Dios que obra en nosotros y nos va a "poner en condiciones para hacer su voluntad: es el Dios de paz, de poder, de compasión, y del pacto.  Un Dios en quien podemos confiar plenamente.

 Pero fijaos en cómo el autor convierte estas promesas en una petición.  El ruega a Dios por los Hebreos, que Dios haga todo esto en ellos.  Y debemos seguir su ejemplo, rogando a Dios que cumpla en nosotros todo lo que él ha prometido hacer en nosotros.

 Podemos convertir esta bendición diariamente en una oración, pidiendole a nuestro Padre Celestial que nos ponga en condiciones y que nos haga completos para hacer su voluntad, precisamente porque él es el Dios de paz, de poder, de compasión, y del pacto, a fin de que podamos alabarle por su gloria.  Es para su propia gloria que El ha prometido guiarnos en sendas de justicia "por amor a su nombre" (Salmo 23:3).

 Podemos decirle, "Glorifica hoy, Señor, tu nombre en mí, guiándome en sendas de justicia por amor a tu nombre".  ¡Amén!

Escribió: Martín Rizley,
España



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