La Esperanza del Evangelio
Parte 2


"Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mateo 1:21).

 En la última meditación, vimos que el evangelio es la respuesta divina al problema del pecado del hombre.  Cristo vino al mundo, no tanto para solucionar los problemas de la injusticia social, los cuales estarán con nosotros hasta el fin del mundo; sino que, vino para salvar a los creyentes de la injusticia personal que llevan en sus corazones desde el momento de su concepción en el vientre de sus madres.  Esto se ve claramente en el anuncio del ángel a José con respecto al nombre de Jesus: "Y llamarás a su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus 
pecados
" (Mateo 1:21).  Este anuncio del ángel es un resumen del evangelio en el que vemos claramente el propósito por el que Jesus se hizo hombre y vino a este mundo.  En este versículo aprendemos tres cosas importantes sobre la misión de Jesus:

1 - Las personas a quienes vino a salvar:  Este versículo identifica a las personas a quienes vino a salvar Jesus.  No vino a salvar, en último término, a todo ser humano sin excepción; si fuera así, todos se salvarían, al final.  Vino para salvar específicamente a un pueblo: a su pueblo.  ¿Quiénes pertenecen a este grupo?  Todas las personas, de cualquier nación, lengua, raza, o condición humana, que confían única y exclusivamente en Jesucristo como Dios y Salvador. 

 La raza humana se puede dividir en dos grupos: aquellos que confían en sí mismos, en su propia bondad y buenas obras, para entrar en el cielo; y, aquellos que, desesperándose del mérito de sus propias obras, se refugian en la Persona de Jesus y en el sacrificio que él hizo en la cruz de Calvario por pecadores.  Estos últimos forman el "pueblo de Jesus".  Cualquier persona que se reconozca como pecador y lamente sinceramente su maldad, aferrándose a Jesus como su única esperanza en la vida y en la muerte, es un cristiano verdadero.  

 Tal clase de persona, sin lugar a dudas, se apartará del pecado, porque sabe que el pecado no agrada a su amado Salvador, y cuando cae en tentación, no permanecerá en él, sino que volverá al Salvador que le ha llamado con un llamamiento santo, para recibir perdón y limpieza de toda maldad.  ¿En quién estás confíando tú para entrar en la gloria celestial?  ¿Estás confiando en ti mismo y en tus propios sacrificios, ritos, o obras de caridad, o te estás refugiando en Jesus como tu única esperanza de vida eterna?

2 - El mal del cual les salva:  El mal del cual Jesús nos salva es el pecado que está en nuestros propios corazones. "...él salvará a su pueblo de sus pecados".  Para ser salvos de nuestros pecados, tenemos que aceptar el diagnóstico que hace la Biblia con respecto a nuestra condición espiritual.  Ninguno de nosotros es simplemente una víctima de la injusticia. Bíblicamente; todos somos injustos por naturaleza: "No hay justo, ni aun uno" (Romanos 3:10). 

 Cristo es el Gran Médico que ha venido a curar a los pecadores; pero, para ser curado, un paciente tiene que aceptar el diagnóstico de su médico.  Si voy al médico y me dice que tengo un cáncer en el estómago, ¿sería justo que yo le dijera: "¡Mentiroso! No me des malas noticias.  Me siento bien, y no tengo nada más que un poco de indigestión?"  Si fuera ésta mi actitud, el Médico no me podría ayudar en lo absoluto.

 Cristo nos puede curar, pero tenemos que aceptar su diagnóstico sobre nuestra condición espiritual.  Tenemos que reconocer el hecho de que por naturaleza estamos muertos espiritualmente.  Sin Cristo, estamos perdidos y justamente condenados.  Cristo no ha venido para salvarnos meramente de las desgracias de la vida o de las tristes circunstancias económicas; ha vendio a salvar a su pueblo "de sus pecados", y si no siento mi necesidad de esta salvación, Cristo no me beneficiará en lo absoluto.

3 - La soberanía de esta salvación:  Además, vemos en este versículo la soberanía de la salvación que hay en Cristo Jesus. El versículo no dice que Cristo haya venido para "darnos una mano" solamente a fin de que nos salvemos por nuestros propios esfuerzos, méritos u obras.  Al contrario, nos salva él solo.  Lo único que contribuímos a nuestra salvación, a fin de cuentas, son ¡los pecados de los cuales él nos salva!

 Si un niño que no sabe nadar cae al agua, su padre no empieza a darle lecciones sobre la natación; se tira al agua, coge a su niño en brazos y le lleva a la orilla del río para allí avivarle. Nosotros, como el niño, ya estamos ahogados en nuestros pecados y no hay forma de que nos salvemos a menos que alguien se tire al agua, nos saque de allí y nos resucite de entre los muertos.  ¡Esto es precisamente cómo Cristo salva a su pueblo!  Desde el principio hasta el fin, la obra de salvación es suya.  El que comienza la buena obra en nosotros también la completa.

 La salvación de nuestros pecados se lleva a cabo en etapas. Primero, Cristo nos salva de la culpa de nuestros pecados, perdonándonos y declarandos justos e inocentes sobre la base de lo que obró a nuestro favor.  A la vez nos salva del dominio del pecado mismo para que no se enseñoree de nosotros como antes.  Luego, habiendo quebrado el dominio del pecado y borrado su culpa, nos salva más y más, a lo largo de nuestras vidas, del poder del pecado, aunque seguimos luchando contra los deseos pecaminosos durante toda la vida. 

 Finalmente, en el momento de la muerte, somo librados para siempre de la presencia del pecado.  Cuando estemos con Cristo en la gloria, podremos por fin quitarnos la armadura espiritual y descansar para siempre.  El pecado nunca más nos afligirá, ni tampoco las tentaciones.

 ¡Qué salvación tan gloriosa Dios le ofrece a todo hombre y mujer por medio de su amado Hijo!

 ¿Has recibido a este Gran Médico del alma, Jesucristo?  ¿Has aceptado su diagnóstico?  Sólo él te puede salvar de tus pecados y de la muerte eterna que mereces.  Ven a Cristo, y él te salvará; así pertenecerás para siempre a su pueblo.  Él te dará una vida de esperanza, no sólo para esta vida, sino para toda la eternidad.

Escribió: Martín Rizley,
España



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