Indice de preguntas en esta página:

1.  ¿Se salvará o conderá quien no oye de Jesuristo?     R. R. - Puerto Rico
2.
 Quisiera información acerca de "la gracia de Dios".      J. C. - Colombia
3.
 ¿Qué significa "cristiano nacido de nuevo"?             G. P. - EE. UU.
    
 ¿Puede un cristiano perder su salvación?                   C. E. F. - Chile
4.
 ¿Qué significa "a quienes remitieréis los pecados le son remitidos?".
 
     
A.J. G. - México

 P
regunta:  ¿Qué significa "cristiano nacido de nuevo" (o renacido)?  ¿Puede un cristiano perder su salvación?    
  (Dos preguntas tocantes a un tema común)  G. P - EE. UU.  ~  C. E. F - Chile

R
espuesta:  Estas dos preguntas son muy importantes, y en realidad tratan uno de los temas más fundamentales del evangelio de Cristo, pues tienen que ver con "el nuevo nacimiento espiritual", a saber:  ¿Qué es?,  ¿Qué significa?"  El término "nacer otra vez", o "nacer de nuevo" es bíblico en su origen.  Lamentablemente se ha vuelto, hasta cierto punto, tan "de moda" entre muchos evangélicos y no-cristianos que en gran medida ha perdido su claro e impactante significado bíblico.

 Si busca en el evangelio de Juan, el capítulo 3, verá que comienza el texto narrando el encuentro entre un líder religioso judío -"Nicodemo, un hombre importante entre los judíos"- y el Señor Jesucristo.  El primero tenía interés en saber cómo se podía entrar al reino de Dios.  Cristo le respondió usando la figura del "nuevo nacimiento".  De hecho, la frase usada en el 3:3 es -en el idioma original griego: "...el que no 'nace de arriba', no puede ver el reino de Dios".  Otros textos en esa porción dicen... "nacer del Espíritu", en obvia referencia al Espíritu de Dios, quien obra desde "arriba", naturalmente.

 Los textos que usan este término leen así: "Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de nuevo (de arriba), no puede ver el reino de Dios" (v. 3).  "No te asombres de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo" (v.7).

 La Biblia enseña que todo ser humano está muerto en pecado. Eso es así desde que Adán y Eva cayeron en pecado y así trajeron la condenación de Dios sobre el pecado a todo humano. La Biblia describe a los pecadores no como "hijos de Dios" sino como "hijos de su padre, el diablo" (Juan 8:44).  El evangelio de Juan, ya citado arriba, dice en el 1:12, "... a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios".  Ser "hecho hijo(a) de Dios" significa que hasta ese momento NO se era tal, pues se era hijo(a) del diablo.  Es asunto del parentezco familiar, en el sentido espiritual, ante Dios.

Cuando una madre pare a su criatura, decimos que un niño o niña ha nacido.  De manera similar, cuando Dios obra por su Espíritu en el alma de un muerto espiritual (es decir, un hijo del diablo), dándole vida, lo que ha hecho es producir un "nuevo nacimiento" en el tal.  Esa persona ya no está muerta, pues "ha pasado de muerte a vida", según afirma Juan 5:24, y ese pasar "de muerte a vida espiritual" es lo que la Biblia llama el "nuevo nacimiento".  Es un acto creador, una obra inmediata hecha por el Espíritu de Dios.

 Ser un verdadero cristiano es sinónimo con "haber nacido de nuevo" de parte de Dios.  Cuando el Espíritu de Dios viene a un corazón pecador, concediendo, mediante el oir de la Palabra, fe y arrepentimiento a esa persona, allí está ocurriendo ese "renacer", pues en el instante en que se recibe vida espiritual de "arriba", ahí mismo se ha nacido de nuevo... ahora hay una "nueva vida"

 Hoy en día, sin embargo, se usa tan sueltamente el término que hasta algunos que nada saben de lo que es una genuina experiencia de arrepentimiento, fe y conversión en su corazón se enorgullecen diciendo que "han nacido de nuevo", que son personas "nacidas de nuevo" cuando en realidad todo lo que significan es que "se han unido a tal o cual iglesia o grupo religioso", etc.  Y, volverse "religioso" por unos días, meses o años en nada es igual a haber conocido la poderosa obra salvadora del Espíritu de Dios.

Tal como un recién nacido grita y llora (signos de vida), así el nuevo cristiano -recién nacido- da signos de haber conocido a Cristo.  Estos irán en aumento, mostrando cada vez más su amor y sumisión a Cristo y su separación de todo lo que hasta ese momento le identificaba con el mundo.  He conocido gente de la farándula aquí en Puerto Rico que hacían alarde de que "habían nacido de nuevo", pero, así "nacidos de nuevo", seguían en sus caminos usuales -pues ni decir "viejos caminos" sería legítimo- ya que no habían entrado por unos nuevos.

 Finalmente, ya transcurrido algún tiempo, cada cual explicó su tan obvia relación permanente con su medio ambiente, el mundo, diciendo, de una manera u otra, que a la verdad "estar en la religión no era para él o ella", o que "no era lo que esperaba", etc.  Lo que realmente ocurrió en esa persona NO fue un "nuevo nacimiento" sino una incursión, por su propia voluntad, en la "religión" evangélica.  No le gustó, no le satisfizo, etc., y la dejó. De manera bíblica, la realidad espiritual de los tales se describe así: NO NACIERON DE NUEVO, punto.  Pues, cuando Dios obra un nuevo nacimiento, allí hay una vida nueva, hay una transformación, pues ha nacido de arriba, ha nacido de Dios... "ha pasado de la muerte a la vida" (Juan 5:24).

 Por el lado contrario, tuve la preciosa experiencia de ser el pianista acompañante de quien fue en vida el más talentoso y humilde cantante al servicio de Dios en el mundo hispano.  Antes de conocer a Cristo fue cantante en clubes nocturnos.  Largos años de oración de su señora madre vieron la contestación de Dios, quien transformó a vida espiritual a su tan amado hijo, ya un hombre de mediana edad.  El me testificaba de cómo Dios le transformó.  

 Su alma ahora deseaba lo que era de Dios, y no se aferraba a seguir grabando las canciones que famosos compositores habían compuesto para su talentosa voz.  Viví varios años de mi vida viendo en él la evidencia de un "nacimiento de arriba".  Los 49 años que han pasado desde esas bendiciones espirituales hasta el día de hoy jamás han dado lugar a que yo olvide la manera en que vi en ese siervo de Dios la evidencia de que había nacido de nuevo.  ¡No sólo habló de su fe sino que la manifestó de manera sobreabundante!  ¡Y, ni hablar de la genuina comunión espiritual entre nosotros cuando él cantaba y yo le acompañaba al piano!

Tal como el infante recién nacido se anuncia mediante su llanto y gritos, así el recién nacido de Dios se anuncia mediante las evidencias de una vida transformada, una vida que ahora no sólo dice que ama a Cristo, sino que lo testifica a los cuatro vientos mediante la conducta diaria de su vida.  Su fe queda demostrada por sus obras del diario vivir (Santiago 2:18).

 2da parte: Teniendo en mente la respuesta ya ofrecida, pasamos a responder a la pregunta de C.E.F., de Chile, cuyo tema se relaciona de manera tan cercana al anterior, a saber, la "salvación", o el "nuevo nacimiento".

Estemos seguros, primeramente, de lo que significamos con el término "salvación".  Preguntémonos: ¿Es el acto mediante el cual ocurre ese nuevo nacimiento... es decir, "se salvó"... o es un estado o condición de vida espiritual ante Dios en el cual vive el convertido, el hijo de Dios?

 Hablando en términos estrictamente bíblicos, "salvación" se usa en la gran mayoría de las ocasiones con referencia al estado de "ser salvado" o de poseer la esperanza de vida eterna en Cristo, como por ejemplo en Romanos 10:10... "Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación." Esto también se ve en lucas 19:9, que dice: "Jesús le dijo (a Zaqueo): hoy ha venido la salvación a esta casa..."  Un ejemplo más lo vemos en Hechos 16:31, cuando Pablo le dijo al carcelero: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa".

 Aunque estos anteriores ejemplos han sido usados por costumbre general entre los cristianos como prueba de que la "salvación" se trata de lo que más correctamente se describiría con el término "conversión" o "nuevo nacimiento", lo que se está diciendo en ellos es lo siguiente:  1. que el diario vivir da fe de que dicha persona vive en y posee ese estado espiritual llamado "salvación";  2. que ese nuevo nacimiento había sido traído a la casa de Zaqueo -había entrado, mediante esa obra de Cristo- a la vida en Cristo, que es sinónimo con "salvación; y, finalmente, 3. que la fe en Cristo traería el resultado de la posesión de salvación eterna.  Es por hábito y costumbre que tendemos a intercambiar los términos "salvación" y "conversión" (o "nuevo nacimiento"), por lo que asumimos que esta pregunta hace referencia a dicho estado de posesión de la vida eterna, y no al acto instantáneo de conversión.

 La respuesta es muy sencilla.  ¡NO!  La salvación en Cristo, la posesión de la vida eterna no puede perderse.  Y la razón es muy sencilla.  Debe ser bastante obvio que al usarse el término "vida eterna" (la naturaleza de esa posesión o "salvación") no sólo se está describiendo lo que se posee, a saber... la vida espiritual, sino también su duración, a saber: la eternidad.  ¡Qué mejor texto para mostrar este glorioso hecho que el que tenemos reseñado en nuestra primera página, a saber: Juan 3:16, que dice: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna".   Este texto, además, queda musicalmente ante los oídos de nuestros visitantes en estos días por medio del cántico espiritual en nuestra primera página, "Porque De Tal Manera".

 Cada vez que el término "vida eterna" es usado en la Palabra de Dios, se está realzando, precisamente, el hecho de que la vida en Cristo, la esperanza celestial que Dios da a todos los que creen en Cristo, es ETERNA.  Y si él dice que es eterna, pues, ¡es eterna!  ¡No tiene fin!  ¡No puede perderse!

 Unas últimas palabras de la boca de Cristo que afirman la permanencia eterna de la vida en él, ese estado de salvación, se hallan en Juan 10, del verso 1 hasta el 30.  Es la narración en la que Cristo nos enseña que él es el buen Pastor.  Hablando de las ovejas que él ha hecho suyas, él dice como sigue:  "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.  Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre" (versos 27, 28, 29).

 ¡Más claramente no se puede afirmar la plena seguridad de la esperanza de la salvación en Cristo!  Observe que en estos tres versos Cristo asegura en cuatro ocasiones dicha seguridad. Veamos:  1. "Yo les doy vida eterna" (v. 28).  2. "No perecerán jamás" (v.28).  3. "Nadie las arrebatará de mi mano" (v. 28). 4. "Nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre" (v. 29).

 Si un alma ha sido hecha oveja de Cristo por su determinación en gracia, la salvación a la cual ha entrado es SEGURA.  Jamás la perderá.  De eso no hay la más mínima duda, por lo que todo verdadero(a) hijo(a) de Dios debe regocijarse en tan grande bendición.

 Debemos agregar, sin embargo, que vivimos en tiempos cuando se ve a tanta gente que "profesó" creer en Cristo volverse al mundo (del cual en realidad nunca salieron).  Dado el caso del tan amplio descuido en el manejo de la Palabra de Dios y sus enseñanzas, son muchos los "impíos religiosos" que son declarados "salvos" debido a que oraron con fulano de tal, o porque "pasaron al frente" en una reunión cristiana.  Tal vez se emocionaron de manera visible (recuerde que los "demonios creen y tiemblan), emoción que algunos, en su afán por "sumar números de convertidos", dieron por evidencia segura de que se habían convertido, de que habían sido "salvos".  

 Son éstos los que luego dan lugar a que otros duden de que la salvación sea un estado de vida eterna en Cristo permanente. Son éstos los que provocan que muchos pecadores piensen o digan: "Si los cristianos son así, ¿Para qué quiero yo convertirme, si yo soy igual que ellos... ellos son igual que yo?"

 Si quien lee estas líneas no ha conocido a Cristo mediante el arrepentimiento y la fe en su sangre, usted no posee salvación eterna.  Su gran necesidad es "convertirse a Cristo".  Si quien lee es, por el contrario, cristiano, sepa que la vida en Cristo no se la podrá quitar ni siquiera los ángeles de Dios (Romanos 8:38,39).  Los frutos espirituales, el amor a Cristo y su santa Palabra así como el temor de Dios serán evidencias en su alma y vida de que su profesión de fe es una genuina posesión.

 Tengamos todos los que hemos creído en Cristo esta seguridad y confianza:  Dios conoce a los suyos (2 Timoteo 2:19), y a éstos él trae por medio de la fe que él da basada en la sangre que Cristo derramó en la cruz.  El Padre da cada una de las ovejas a su Hijo, por lo que son genuinas y por lo que pueden descansar seguras en Cristo de que nadie ni nada los apartará del amor de Dios que es en Cristo Jesús (Romanos 8:38, 39).

 Además, se usa al describir la ocupación diaria, constante del creyente en su vida espiritual ante Dios, a saber: "Así que, amados míos, tal como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, procurad (ocupad en) vuestra salvación con temor y temblor..." (Filipenses 2:12).

 Concluyo esta breve respuesta preguntando a cada lector(a): ¿Ha nacido usted de arriba?  No pregunto si ha repetido la oración que alguién le recomendó repetir.  ¡No!  Pregunto si en su alma hay el testimonio del Espíritu de Dios de que él le ha "parido" a usted espiritualmente.  ¿Ha nacido usted de nuevo?

Pregunta:  ¿Se salvarán o se condenarán aquellos que nunca han oído de Jesucristo?                         R. R. - Puerto Rico

R
espuesta:  Estamos seguros de que son muchos los que se hacen esta misma pregunta;  nuestra experiencia a través de los años nos lo confirma.  El testimonio bíblico al respecto es sencillo, y diafanamente claro.  Sólo tenemos que hallar lo que la Biblia, la Palabra de Dios, enseña sobre la naturaleza del pecado, su origen, propagación y el castigo de Dios para el mismo. Veamos...
En aras de ser breves, consideremos varios textos de la epístola de Pablo a los Romanos.  En el capítulo 3 leemos:  "Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno... no hay temor de Dios delante de sus ojos... por cuanto todos pecaron, y están destituídos de la gloria de Dios" (3:10-12,18,23).
Es un cuadro deprimente.  El hombre aparte de la gracia salvadora de Dios es un ser, que a pesar de haber sido creado por la mano de Dios, no quiere saber ni buscar de él. En el mismo libro de Romanos, leemos en el capítulo 1 lo siguiente: "Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce es manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus pensamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios..." (1:18,19,21,22).
Al hablar sobre la condición pecaminosa del hombre, se refiere específicamente a conducta que es producto de una similar naturaleza, a saber: pecaminosa... "muertos en delitos y pecados" (Efesios 2:1). Cristo enfatizó este estado natural de pecado cuando dijo a los que le oían: "...no queréis venir a mí para que tengáis vida", y "...nadie puede venir a mí si no le fuere dado del Padre" (Juan 5:40; 6:65).
Ese "no querer" así como el "no podéis" son el resultado natural de la condición de muerte espiritual en que vive todo ser humano, condición que no se determina por haber o no haber creído sino porque es descendiente de quien pecó ante Dios en calidad de nuestro representante, o cabeza natural.  ¿A qué nos referimos? Veamos.
Romanos 5:12 nos enseña así:  "Por tanto, así como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron."   En ese mismo capítulo -que recomendamos lea varias veces con mucho detenimiento y humildad de espíritu- se sigue elaborando esta realidad del origen del estado de pecado que a todos nos arropa, usando el mecanismo del contraste con la obra redentora de Cristo en la cruz.  Y es que Dios nos deja saber que hay un patrón similar entre la "función representativa" de Adán así como de Cristo, el primero, como cabeza que trae a toda la raza humana al estado, o condición de pecado, de muerte espiritual, ante Dios; y el segundo, como la Cabeza que trae a todos cuántos están en él a la santidad y vida eterna.  Veamos varios de estos textos:
"
Porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo" (v.15).
"
Pues si por la transgresión de uno solo, por ese uno reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia"
(v. 17).
"
Así pues, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida" (v. 18).
"
Porque así como por la desobediencia de un hombre, los muchos fueron constituídos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituídos justos" (v. 19).
Una lectura cuidadosa de estos últimos 4 textos confirma, más allá de toda duda, que el estado pecaminoso del hombre es resultado del pecado de Adán.  No hay salida de este problema, a no ser que sea a través de la fe salvadora en Jesucristo.  Y que el hombre rechace tal realidad... en nada cambiará lo que Dios ha decretado ante su justa ley eterna.  Aparte de Cristo, somos pecadores: no hay escape de esa terrible verdad.  Pero, gloriosa es la verdad de que hay una salida, no sólo del estado pecaminoso, sino también del castigo eterno que Dios traerá a todo pecador, y es por medio de la sangre de Cristo.
Leamos un texto más en Romanos: "Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (6:23).  Aquí el "pecado" se refiere a la condición espiritual, ese estado pecaminoso descrito arriba.  "Muerte" describe lo que contrasta con "vida eterna", a saber: la muerte eterna, que la Biblia describe como la estadía eterna en el lago de fuego.  Y de dicho castigo sólo podemos librarnos antes del hecho, por fe en Cristo... no después de estar allí, pues ya sería muy tarde.
Note con sumo cuidado que NO DICE: "La paga por no creer en Cristo es muerte..."  ¡No!  ¡No!  Dice, más bien,  "La paga del PECADO..."  En respuesta directa a la pregunta formulada arriba, el castigo no adviene por no haber creído en Cristo,  sino por ser hallado culpable como pecador ante Dios.  La sangre de Cristo derramada en la cruz, y nuestra genuina fe en él y su obra nos libra del castigo... gracias a Dios por ello.  Sin embargo, esto dista mucho de asegurar que el castigo de Dios es precisamente a causa de la incredulidad.  Es cierto que tal incredulidad es producto natural del estado pecaminoso, pero, es sobre el pecado que Dios ha decretado traer el castigo eterno.
Notemos con extremo cuidado lo que Cristo dijo en Juan 3:18: "El que cree en él, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito hijo de Dios".  Note que él dijo: "... el que no cree, YA HA SIDO CONDENADO..."  Aunque la última frase de este texto pudiera dar la impresión, inicialmente, de que la condenación llega como resultado del "no creer",  la frase anterior no deja lugar a dudas en cuanto a que "el que no cree, YA HA SIDO condenado".  O sea, su condenación ante Dios es a causa de su condición de pecado.  Al contemplarse su incredulidad, ya se describe como "condenado".  Dicho estado "bajo la condenación" de la justicia de Dios permanecerá en esa vida hasta tanto no haya creído en Cristo, y por ende, haya venido a ser un hijo de Dios, un redimido por la sangre de Cristo.
Hemos escuchado a algunos enseñar que los hombres no caerán bajo la ira de Dios sino hasta tanto y en cuanto oigan el evangelio y así tengan la ocasión de "rechazar".  Tal noción es una abierta negación de la realidad de la condición pecaminosa -descrita arriba- y, en efecto, elimina tácitamente la necesidad de predicar el evangelio, pues, si no están bajo condenación por no haber oído el mensaje del evangelio, ¿por qué, pues, llevarles un mensaje que podría condenar a quienes aún no han sido, supuestamente, condenados?
Ante la luz de la Palabra, tal argumento queda expuesto por lo que es: un engaño mentiroso del maligno, cuyo fin sólo es desvirtuar el mensaje del evangelio de la gracia de Dios, toda vez que aminora, o aun elimina la urgencia por llevar el evangelio de Cristo a todos los hombres.
Así que... ¿Se salvarán o se condenarán aquellos que nunca han oido de Jesucristo?  Hayan o no oído de Jesucristo y la vida eterna que hay en su sangre, si mueren en su pecado, sin haber creído, sufrirán eterna condenación.  La eterna y justa ley de un Dios Santo, Justo y Todopoderoso así lo dispone.
Recuerde, distinguido(a) visitante:  Aparte de Cristo, sólo nos espera el castigo eterno, pues somos pecadores desde el vientre de nuestra madre debido a que nuestro padre Adán trajo sobre nosotros dicha condición. Pero, en Cristo y su sangre derramada tenemos redención, perdón de pecado y la esperanza gloriosa de vida eterna.  ¡A él sea dada toda gloria por todos los siglos!


Pregunta: Quisiera información acerca de "la gracia de Dios".       J. C. - Colombia

Respuesta:   En cuanto a la "gracia" de Dios, podemos afirmar que sin ella ninguno de los que ya somos hijo(a)s de Dios lo seríamos.  La Biblia nos habla mucho acerca de la gracia.  La gran mayoría de los cristianos conocen el término, y hasta cierto punto también su significado.

 Existen, sin embargo, varios conceptos o definiciones sobre la gracia que no merecen estar en medio de la iglesia de Cristo por ser una aberración de la genuina verdad de las Escrituras sobre el particular.  Consideremos, pues, varios aspectos claves de esta preciosa y gloriosa doctrina.  

 Primero, tanto el Antiguo Testamento (me refiero aquí al conjunto de los 39 libros del A. T., no al más limitado y específico período de tiempo en que el pacto antiguo rigió como ley de Dios, a saber, desde el Sinaí -durante el éxodo de los Hebreos de Egipto- hasta la muerte de Cristo en la cruz) como el Nuevo nos hablan de la gracia de Dios.  Más claras no pueden ser las palabras de Génesis 6:8 cuando dicen:  "Pero Noé halló gracia ante los ojos de Dios".    Son muchos más los textos del A. T. que describen a Dios como dispensador de gracia para con los hombres.

 Ahora bien, el Nuevo Testamento nos revela mucho más acerca de la gracia de Dios, uno de los capítulos que más claramente expresa dicha verdad siendo Efesios 2:8-9.  Dice: "Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe; y esto no proviene de vosotros, pues es don de Dios; no a base de obras, para que nadie se gloríe."   Es éste, probablemente, el texto bíblico que más claramente define lo que es la gracia.

 La mayoría de los creyentes genuinos -al menos así nos parece- acepta que su salvación les ha llegado por medio de la fe, y por causa de la "gracia" de Dios.  Como definición común, sencilla de la "gracia", se afirma que ella es un acto o favor de Dios mediante el cual él otorga a un pecador aquello que no merece.  Se define, tan a menudo, como "un favor inmerecido de parte de Dios para con el pecador".  Y en ésto estamos de acuerdo.  Así lo afirma la Biblia.

 Ahora bien, también hay quienes "expanden" o "definen" dicha definición con una vertiente que se desvía de las Escrituras. Hemos oído definiciones predicadas y escritas en el sentido de que Dios implementa dicha gracia al aceptar la supuesta fe y/o arrepentimiento que un pecador expresa de su propia voluntad, no estando Dios, supuestamente, obligado a reconocer dicho acto de fe de parte del pecador.  

 Pero, en ésto hay un serio... muy serio... problema, a saber: ¡no es lo que la Biblia dice!  Quien así define la "gracia" la está presentando como un acto de Dios en el cual él escoge honrar o reconocer una fe que supuestamete originó en el corazón muerto -espiritualmente- del pecador.  Presume dicha teoría que está de parte del pecador generar dicha fe, después de lo cual estaría en manos de Dios honrar o no tal expresión de fe.

 Conciben la gracia, quienes así piensan, como ese favor mediante el cual Dios, no estando obligado a hacerlo, acepta la fe de unos -y por implicación, rechaza la de otros igualmente concebida y expresada- otorgándoles la salvación, o vida eterna.  Es, realmente, un postulado que nace del rechazo de aquellas doctrinas de Dios que revelan su soberano poder, particularmente en lo que a la salvación de los elegidos se refiere.

 Se rechaza la elección, o predestinación por estar "altercando con Dios" (Romanos 9:20) y se coloca en su lugar una teoría -muy equívoca, por cierto, que no se ajusta humildemente a las Escrituras- que atribuye a la voluntad del muerto pecador la capacidad de poder buscar de Dios, aun ante la afirmación bíblica de que "no hay quien busque a Dios, ni aun uno" (Romanos 3:11), "y no queréis venir a mí para que tengáis vida eterna" (Juan 5:40), y "Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no le atrae..." (Juan 6:44).

 De ahí que dicha teoría afirma que del pecador surge la "movida hacia Dios", motivado éste por fe que origina, supuestamente, en su corazón "muerto" ante Dios.  Entonces es que Dios escoge validar o no, reconocer o no, dicho "acto de fe", y si acepta dicha "fe", se asegura que él "ha mostrado gracia".  Hay un detalle muy importante, a la vez que muy interesante en todo ésto, y es que uno de los argumentos que esboza la teoría que afirma que Dios no "elije" a quienes salva, asegura que de ser así, Dios estaría entrando en "acepción de personas".  Pero, la realidad es que la teoría de que Dios decide "cuál fe aceptar o no" es la que crea un problema de "acepción de personas".

 ¿
Por qué afirmamos esto último?  De ser verdad -cosa que no lo es- cada pecador supuestamente arrepentido vendría ante Dios con el mismo mérito propio, a saber, su acto de fe, de arrepentimiento.  Dios, por su parte, estaría en la posición de decidir a quiénes les reconocería "en gracia" la fe mostrada, y a quiénes no.  No diremos más, pues esto no es otra cosa que una aberración de lo que la Biblia enseña.

 La verdad bíblica es en el sentido de que TODOS estamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:5) cuando Dios, por su gracia, viene a un pecador para darle fe, que es un don de Dios.  Tal como un muerto "físico" nada puede hacer por sí mismo, ni mucho menos desearlo, así somos ante Dios en nuestra estado de muerte espiritual: incapacitados, inhabilitados... muertos, totalmente muertos.

 Dios viene al muerto, mediante su Espíritu, y vifica al tal, dándole en el proceso la fe para creer, la humildad y el arrepentimiento para confesar, y la seguridad mediante la presencia, en su alma, del Espíritu de que, en efecto, dicho muerto ha sido vivificado.  Esa es la gracia; ese es un favor no merecido.  Ningún muerto ante Dios tiene mérito propio como para cualificar para ese don de fe.  Todos estamos muertos. Todos estamos apartados de Dios.

 El favor más grande que Dios haya podido mostrarnos en su gracia es que nos haya escogido para que "fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor" desde "antes de la fundación del mundo" (Efesios 1:3 en adelante).  Y, la gracia de Dios continúa a través de nuestra vida, pues cada vez que pecamos, él nos perdona si confesamos, y nos limpia de toda maldad (1 Juan 1:9).  Nos ha abierto un "trono al cual podemos acudir para hallar su perdón, gracia y misericordia" (vea Hebreos 4:14-16).

 Así, su favor sigue mostrándose de día en día y su gracia continúa derramándose sobre los que le hemos conocido mediante la fe -bendición que le espera a todo pecador que cree en él.  Es ésa, pues, "la gracia de Dios": el grandioso y glorioso favor de que él, desde antes de la fundación del mundo, planificó regalar el precioso don de la fe a muchos, muchos, muchos... sin distinción de personas y sin tener en cuenta las obras, ya que ninguna obra puede efectuar un muerto.

 ¡
Que podamos hablar de su gracia, hoy, es prueba de esa gracia!  El que estas líneas lleguen ante usted, es todo a causa de la gracia de Dios.  ¡Cuán gloriosa es!



"Sublime gracia del Señor,
Que a un infeliz salvó;
Fui ciego, mas, hoy veo yo,
Perdido y él me halló."

(del himno "Sublime Gracia"
Autor - Juan Newton, 1725-1807)


Pregunta: ¿Qué significa Juan 20:23, que dice: "A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos"? A. J. G. - México

Respuesta:   En este pasaje, mi hermano, es fácil no comprender lo que en realidad dicen estas palabras, cosa que facilita a la religión católica, así como otras con dogmas similares, presumir que tiene la autoridad para poder perdonar, literalmente, el pecado a sus fieles seguidores.  A primera vista, el lenguaje usado bien parecería comunicar la idea de que a los apóstoles de Cristo se les otorgó la autoridad de poder, en su propia autoridad, perdonar o no perdonar los pecados.

 En primer lugar, es necesario comprender que Cristo está hablando a sus apóstoles a quienes, en efecto, les confirió una autoridad muy particular en lo que a la administración del evangelio se refería.  Debemos recordar que sólo ellos fueron apóstoles... cuando murió el último de ellos, se acabaron los "apóstoles".  Es muy importante recordar ésto en otras áreas de la fe y práctica cristiana, en especial en aquello que toca en la pretensión de hallar continuidad apóstólica hasta el día presente. Ahora bien, aun habiendo Cristo dado autoridad especial, exclusiva a sus apóstoles para el desempeño de su función apostólica, nos preguntamos: ¿Los capacitó para en su propia autoridad y voluntad perdonar el pecado?

 Afirmamos, pues, que Cristo no estaba diciendo aquí que ellos, en sus propias personas y autoridad conferida, tenían el poder de perdonar (al estilo del confesante ante un sacerdote romano), sino que ellos, como parte normal, usual de su predicación podrían asegurarle a quienes habían creído -y por ende, habían sido perdonados por Dios- que, en efecto, estaban perdonados.  A quienes no habían creído, podrían, con la misma autoridad y certeza de espíritu, asegurarles que sus pecados aún no estaban perdonados... que era imperativo que creyesen en Cristo y su sangre derramada para la remisión de pecados.

 Es necesario que nos fijemos en un detalle muy específico del texto que, aunque nuestras traducciones no lo reflejan tan específicamente, significa realmente:  "A quienes ustedes declaran los pecados perdonados, éstos ya han sido perdonados y seguirán siendo perdonados.  A quienes ustedes les aseguran que sus pecados aún están retenidos (es decir, no perdonados), estos, en efecto, aún no han sido perdonados por Dios por lo que sus pecados aún pesan contra ellos."

 Las palabras de Cristo tienen este fin: asegurarle a sus apóstoles que lo que él (Dios) ha dispuesto es lo que ellos habrán de declarar sin temor alguno porque están bajo la específica dirección del Espíritu Santo.  Esto fue lo que les simbolizó cuando "sopló" (no dice "sopló sobre ellos", sino meramente "sopló").  En ese momento estaba impartiendo a ellos su Espíritu (el soplar simbolizaba tal presencia del Espíritu, dado el caso de que soplar aire (pneuma) era figura o símbolo del Espíritu -pneuma) Santo.  Teniendo, así, el Espíritu de Dios en y con ellos, podrían saber, sin duda alguna, si el arrepentimiento profesado mostraba evidencia de que en realidad Dios había perdonado o no a dicha persona (por sus frutos se conocerán).

 Yo no soy apóstol (no hay tal oficio hoy día... y quienes se atreven atribuirse la autoridad de apóstol realmente proceden, temerariamente, contrario a la enseñanza bíblica), por lo que lo más que le puedo decir a una persona que profesa fe en Cristo es (y lo hago a menudo):  "Si usted ha creído con fe sincera -dada por Dios a su corazón- en Cristo Jesús como Señor y Salvador, no tenga duda de que Dios le haya dado vida.  De ser una obra de Dios su profesada conversión, el Espíritu testificará a su corazón dicha realidad por lo que no tendrá duda"... "El Espíritu mismo da juntamente testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios." (Romanos 816).

 A quien se ve que está preocupado(a) por su alma, les convido a orar mucho a Dios... a suplicar que él le muestre su gracia y le conceda la fe para creer de todo corazón en el evangelio, arrepentido de veras de su condición de pecado.  La fe, después de todo, es dada por Dios, no por nosotros... tampoco reside en el muerto pecador como para que la intentemos "despertar".  Es un don a causa de la gracia de Dios, por lo que sólo puedo urgir al pecador a que suplique a Dios que le conceda la fe.  Sólo si Dios da dicha fe es que podremos asegurarle a tal persona que tiene vida o salvación en Cristo.

 Sé que esta es un área de doctrina que ha sido muy torcida en nuestros días... muy abusada y tergiversada, mas, la Verdad de Dios seguirá siendo la verdad.  Debemos señalar, pues es de suma importancia, que los que predican el evangelio no debemos señalar el error de la práctica de los católicos romanos ya descrita sin examinarnos primeramente para ver si cometemos el mismo error aunque sea bajo una "fachada" distinta.  Hace muchos años practiqué -con sinceridad de corazón- y hoy día sigo viendo la práctica de ministros del evangelio en la cual invitan al pecador a repetir tras ellos una "oración de confesión" tras la cual le aseguran al supuesto "penitente" que está salvo.

 Jamás olvidaré cómo yo observaba -hace ya unos cuantos años- a un celoso evangelista "llamar al frente" a los pecadores, asegurándoles que si venían "al frente" (¡como si allí hubiera alguna magia salvadora!) y le "daban su corazón a Cristo" a la vez "le daban la mano al predicador", ellos habrían de ser salvos. A los muchos que pasaron al frente él les ayudó con una oración (fabricada) para que ellos repitieran, luego de lo cual les aseguró que "estaban perdonados" (la Biblia habla de "creer en el corazón..." -Romanos 10:10- no repetir una oración que otra persona está articulando).  Les dijo: "el día que el diablo les meta duda en la mente sobre su salvación, siempre recuerden este momento en que "ustedes pasaron al frente".  

 A él no se le ocurrió que con toda probabildad muy pocas, si alguna, de esas personas había sido objeto de una genuina obra regeneradora del Espíritu de Dios.  Tampoco se le ocurrió que lo que en ese momento él identificó como una futura obra del diablo podría ser, realmente, el Espíritu de Dios trayendo convicción de pecado a esa alma que jamás antes había experimentado esa obra vivificadora del Espíritu Salvador.  ¡Esto es lo que ocurre cuando no se CONOCEN las Escrituras!

 Lo triste del caso es que esta práctica se repite dondequiera.  No importa la sinceridad con que se haga o la buena intención que motive el corazón, no deja de ser otro estilo o medio para absolver de pecado -al estilo romano- al supuesto penitente. Los que predicamos TENEMOS que anunciar el evangelio... TENEMOS que llamar a los pecadores al arrepentimiento.  Es nuestra "Dios dada obligación".  Es de suma importancia que entienda que "llamar al pecador al arrepentimiento" no es igual que "declarar al tal perdonado o absuelto de su pecado".

 Pero, la salvación, la vida en Cristo, la regeneración es la obra de Dios en el corazón.  Cuando así Dios obra en el corazón, él concede el don de la fe y el arrepentimiento... todo por su gracia.  Sin embargo, si Dios no ha obrado vida en el corazón, no importa cuántas oraciones la persona repita ni cuán ilustre y conocido sea el evangelista, esa persona sigue "muerta en su pecado"... está aún rumbo al infierno.  Asegurarle que está salva porque "pasó al frente", le "dio su corazón a Dios" (* ¡como si eso lo pudiera o quisiera hacer quien está muerto!), repitió una oración y/o le dio su mano al evangelista no es otra cosa que un engaño, y eso, uno muy serio.  Es, en cierto sentido, haberse atribuído la autoridad de "perdonar los pecados" a otros, algo que SOLO DIOS PUEDE PERDONAR.  
(
* "Y no queréis venir a mí para que tengáis vida" - Juan 5:40; "Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo atrae..." - Juan 6:44; "...así también el Hijo da vida a los que quiere." - Juan 5:22b)

 Falta agregar un texto más, a saber, Isaías 43:25, donde Dios afirma que es él quien "borra tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados".  Esa verdad era harta conocida por los fariseos que, aunque ciegos como para no ver que Cristo era el Mesías prometido, sabían que sólo Dios podía perdonar.  Por eso fue que se levantaron en contra de Cristo cuando él perdonó, soberanamente, los pecados al paralítico al ver la fe de los que le traían.  Dios es el autor del perdón, de la salvación.  Nosotros, los predicadores de la Palabra, sólo somos obreros.  Dice un viejo himno: "Sembraré la simiente preciosa, el glorioso evangelio de amor... Dejaré el resultado al Señor".  La teología en esas expresiones es bíblica: "el resultado" (es decir, la salvación) lo obra solamente nuestro Dios soberano.

 Cuando vemos que un pecador da fe de haber creído, no podemos, ni debemos declararle "perdonado", aunque sí podemos indicarle que si bien ha creído de veras en el nombre de Cristo, tiene motivo para estar seguro(a) de que es salvo(a).  Es decir, sólo estaremos afirmando que la promesa del Señor es fiel a quien de veras ha creído en fe.  Y eso dista mucho de una "otorgación de perdón" de nuestra parte; por el contrario, es una afirmación de que Dios es quien obra salvación conforme a su propósito y poder eterno.  Hay una diferencia entre ambas cosas, ¿no?  Y es que en el primer caso, se está declarando "perdonada" al tal como si residiera en nosotros la autoridad y el poder de perdonar.  En el segundo caso, meramente se expresa la ratificación de la realidad de dicho perdón DE SER VERDAD EL QUE DIOS LE HAYA DADO FE SALVADORA.

 Espero, hermano A. J., que en algo esta respuesta le haya podido ayudar.  Le recomiendo que vuelva y lea estas líneas otra vez, y que particularmente vaya y lea las porciones bíblicas citadas.  Dios tiene poder no sólo para salvar por su voluntad sino también para darle a sus hijos el entendimiento para que podamos conocer y creer lo que su Palabra nos enseña.  Es así que él obra el crecimiento en nosotros.



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